El pequeño duendecillo tuvo que sentarse a descansar un rato, no recordaba tener la respiración tan acelarada desde que era un adolescente de apenas doscientos años. La carrera había sido mucho más intensa de lo que él estaba acostumbrado a hacer, aunque siempre había sido un duendecillo muy activo notaba que últimamente no se había puesto a prueba como solía hacer, además ahora corría con el peso de la carga. Una vez comprobado que estaba a salvo se sentó tranquilamente a contemplar su merecido premio. Y rápidamente empezó a idear cómo podría sorprender a sus amigos y compartirlo con ellos. Sabía que para lograrlo había casi incumplido alguna de las normas, aunque no las más estrictas, además ¿le habían visto realmente los humanos?
Sabía que si le hubieran visto no habría puesto en peligro solo su vida, sino además las del resto de la comunidad, por eso tomó todas las precauciones posibles y hasta recurrió a su magia para pasar desapercibido. Esos seres tan tontos solo habrían visto moverse la carga, pero camuflada como iba y tan estúpidos como eran los humanos no habrían logrado ver más allá de sus narices. Ahora se imaginaba las caras de asombro y una carcajada volvió a salir de su boca.
Sabía que el premio bien merecía una gran fiesta para celebrarlo, ya pensaría más adelante en la explicación que daría sobre cómo lo había conseguido: se había caido de un camión de los humanos, se lo había encontrado tirado en el bosque, o... bueno, ya pensaría algo, aunque si lograba evadir las preguntas sabía que bajo los efectos de ese líquido tan preciado sus amigos se olvidarían de esas minudeces.
Empezó a tararear su canción favorita mientras seguía caminando a casa con su carga. Una carga que todavía recordaba la primera vez que la descubrió. Habían salido un reducido grupo a hacer alguna travesura y a engañar a esos estúpidos humanos cuando observaron esos enormes recipientes tan duros con un líquido en su interior, por suerte para ellos uno de ellos se había roto así que se atrevieron a probar ese líquido dorado. Su primera impresión fue de un sabor extraño, pero rápidamente se animaron a seguir bebiendo y terminaron todos cantando alegres canciones y explicando las historias más divertidas que conocían (al menos eso les parecía a ellos porque no pararon de reir en todo el camino de regreso a casa). Ahora había conseguido un par de esos enormes contenedores del líquido y los transportaba a su casa, dispuesto a pasar un de las mejores noches de su vida. No le importaba que a la mañana siguiente se despertara con un terrible dolor de cabeza y no recordara casi nada de lo sucedido la noche anterior, sabía que tanto él como sus amigos disfrutarían de la bebida.
Seguro que ahora sabes que el duendecillo adoraba la cerveza, como muchas personas. Además una cervecita es la cosa más normal del mundo, cuando quieres quedar con alguien dices: "A ver si quedamos un día y nos tomamos una cervecita" (da igual que luego termines tomando un café con leche o una tónica) o cuando oimos que nos dicen "Si pudieramos quedar te invitaba a una cervecita" (excusa fácil) o cuando alguien se va de copas y nosotros no podemos decimos "Tomate una a mi salud". Y es que una cervecita es algo bastante corriente en nuestro tiempo, no hace falta ser duende y tramar un ingenioso plan para disfrutar de una. Eso sí, aunque yo si me tomo más de dos me da por dormir, por eso espero algún día poderme tomar esas cervecitas que me habeis ido ofreciendo, pero no os pongais de acuerdo para hacerlo todos a la vez porque me veo pillando una borrachera de esas que te hacen olvidar hasta el nombre!! ;)
(Ops, es curioso lo que hay que hacer para tomar un par de cervecitas, si al final hasta me pareceré al duendecillo cervecero y todo ;))
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